
Río Tercero mantiene aún una gran cantidad de calles de tierra. Desde el punto de vista urbano, es un factor muy negativo porque no contribuye a sumar más calidad de vida para los vecinos. Durante los últimos años se ha avanzado bastante en pavimentar, asfaltar y adoquinar las principales arterias de los barrios, pero todavía falta mucho. Y debería ser una prioridad en materia de obras públicas.
Hay dos causas de esa realidad. Varios años de escasas iniciativas en ese sentido y el crecimiento geográfico de la ciudad, con nuevo loteos que lógicamente incorporan, año tras año, nuevas calles al mapa. Pero no es escusa.
Está demostrado que la ejecución de proyectos de urbanización, no solo cambian la fisonomía de los barrios, sino que tienden a modificar su vida vecinal, comercial y social. La construcción de cordón cuneta y pavimentos, la colocación de luminarias, la forestación, la apertura de plazas y espacios verdes de uso público, hacen además a la convivencia y al sentido de pertenencia.
Muchos barrios, sobre todo aquellos más populosos y periféricos, han recibido obras de este tipo por primera vez desde que fueron creados. Falta hacer más, sin dudas.
A los beneficios de la pavimentación de las calles habría que agregarle el gran ahorro que supone el constante mantenimiento de las arterias de tierra, que se rompen con cada lluvia o tránsito intenso. La mayoría, por no decir todas, son de muy difícil transitabilidad en algún tramo. Lo hemos observado en estos días de lluvias intensas. En el mientras tanto, las calles de tierra requieren también de un tratamiento especial par que duren más, pero esa es otra discusión.
En general, Río Tercero no tiene problemas en materia de provisión de agua potable, disponibilidad de cloacas y eficiencia de los desagües. Sin embargo la ciudad debe disminuir su porcentaje de calles de tierra. Forma parte del desarrollo urbano, como la futura remodelación integral del centro, que traería beneficios a los propios comerciantes porque haría más atractivos los locales redundando en más ventas. El foco, como ha venido ocurriendo, debe posarse sobre esas prioridades, más allá de los costos y presupuestos.
En definitiva, los beneficios de la urbanización son indiscutibles. Modifican para bien todo el entorno del vecino, y es una tarea u obligación del Estado ejecutarla. En ese escenario, el rol vecinal es clave y se hace muy necesario, sino imprescindible, que las comisiones vecinales vuelvan a jerarquizarse, con más participación y mayor autonomía.
El presupuesto participativo debe volver como una política de Estado, ya que con ello se le otorga al vecino poder de decisión directa para la cobertura de las necesidades del barrio. Una muy saludable descentralización. Más allá de la crisis, es trabajo y gestión, ni más ni menos.