
Dos personajes ligados desde hace años a los gremios, pidieron livianamente que la firma vuelva a hacer una actividad que no le reditúa.
Sindicalistas, políticos y los llamados “referentes sociales”, parece no comprender que el relamo por el final de la empresa Petroquímica, no pasa por solicitar que los despedidos vuelvan a ser reincorporados, y que la planta cerrada por inviable económicamente, vuelva a producir.
Probablemente entiendan, pero prefieren sostener un discurso demagogo, en lugar de uno coherente y realista sobre la situación de la industria nacional en el país, jaqueada por productos baratos del exterior.
En medio del legítimo reclamo de los trabajadores despedidos de la industria química, dos expresiones llamaron la atención (o no tanto). Se trata de dos personajes, muy conocidos en el ámbito sindical.
Uno de ellos es Omar Barbero, el histórico dirigente de los Químicos, que desde hace años está muy cómodo ejerciendo la secretaría general de la Federación nacional de sindicatos químicos.
Y el otro es, nada menos que Eugenio Biafore, un abogado gremialista que ha sostenido siempre un discurso equivocado.
En el primer caso, Barbero ha manifestado que espera que el Ministerio de Trabajo de la provincia de Córdoba ratifique la orden hacia la empresa de reincorporar a todos en 48 horas y poner en marcha la planta. Una posición que la firma de capitales nacionales, no acatará, porque ya fue clara: no puede seguir perdiendo plata: es la lógica empresaria que los gremios rechazan.
El otro personaje fue más allá. Indicó que fue la empresa la que causó “gravedad” y “dramatismo”.
Fue la empresa, dijo, no el gobierno nacional con sus medidas de apertura. Llama la atención tanta subjetividad.
Biafore pidió a la firma que "entienda la gravedad, el dramatismo que ha causado, en una acción absolutamente insólita".
Dijo que "hay que discutir en una mesa, verse la cara y encontrar una solución a esto que es muy grave".
La solución -triste para los trabajadores- es que la empresa pueda pagar las indemnizaciones y volver a producir, mientras aquellos despedidos logren reinsertarse en el mercado del trabajo cuanto antes, en Río Tercero o en otra ciudad y provincia, en función de la mano de obra calificada que ostentan.
Este caso es un claro ejemplo del cambio cultural que el país requiere, para entender que otro mundo nos gobierna y que cada uno debe estar preparado y capacitado para una cada vez más habitual rotación laboral.